La construcción de nuestra casa, además de ser una solución habitacional y un manifiesto filosófico, es una exploración y uso de las diversas tecnologías de arquitectura de tierra. Basada en tres técnicas específicas, y sus adaptaciones a este caso concreto. La tapia de tierra apisonada, el adobe (moldeado y compactado) y más recientemente el superadobe (bolsas de polietileno rellenas de tierra estabilizada o no) son utilizadas con éxito en esta construcción.
Poca mano de obra, escaso consumo energético, escaso transporte y acarreo de material, poca utilización de madera, climatización pasiva de los ambientes internos, racionalización del uso del agua son algunas de las características de La Guachafita.


domingo, 5 de octubre de 2014

domingo, 1 de mayo de 2011

El proceso del adobe prensado

ejemplos de adobe colado o moldeados, utilizados en La Guachafita


Detalle de pared de adobes colados

los adobes apilados

Utilizando la máquina de prensar adobes

Prensando adobes

La máquina de prensar adobes, diseñada y fabricada por el Arq. Carlos Mario Aguirre

domingo, 6 de febrero de 2011

Vida en La Guachafita.



Nuestra Guachafita ya, sin ser aun casa completa lo es de hecho por entero, pues vivimos en ella.

Entre los componentes que no están completos se cuentan los techos y los pisos, además de las canalizaciones eléctricas y otras menudencias del género.

No están terminadas aun porque nos agarró la época de tormentas (no hablemos de lluvias) sin trabajo y por ende sin cemento, con la camioneta accidentada, y pare usted de contar. Por cierto que referiré aquí la maldad que nos hizo Toyota de Margarita, C.A. olvidándose la mar de garbosos durante veintiún días de hacer la requisición para que les mandaran la piche bomba de gasolina que era lo que se le había dañado a la camioneta…, veintiún días para pedir un repuesto que de hecho tenían en Caracas… Claro, tienen el sartén por el mango y los demás que se frieguen… Bueno, pero éste no es el blog de las quejas, es el constructivo.

Pasemos a lo que nos interesa: No tengo el dato exacto de cuanta agua cayó entre octubre, noviembre, diciembre, y los primeros días de enero, pero tenía mucho tiempo sin ver tanta agua junta… Recuerdo que hace unos pocos años (unos cinco o seis…, tal vez siete) la temporada de lluvia aquí en Margarita duró desde mediados de octubre hasta semana santa del año siguiente. Llovió muchísimo, con constancia pero sin tanto viento, zarandeos y alharacas… El caso es que nuestros techos no están terminados y la casa es de tierra, y esta vez llovió con ganas…

Para ser exacto debo decir que el único techo completo con aleros y todo es el de la cocina, donde por ahora tenemos instalado el campamento de dormir en par de carpas (que habrán de ser canonizadas después por lo bien que se han portado, rayanas en lo milagrosas), y aunque se presentó ahí una que otra gotera, las paredes no sufrieron apenas los embates de la tormenta. Es decir, que no me atormentó tanto la posibilidad de que sufrieran daños. Me refiero a las paredes del área de la cocina, claro.

El resto de la casa tiene por techo el entrepiso (por lo tanto es plano) que ocupa escuetamente el área de las habitaciones y el baño (no hechos aun) pero sin aleros ni nada (faltan también), razón por la cual el agua le chorreaba casi en cataratas por ambas caras, a cada pared.

Yo tenía pesadillas en las cuales una montaña inmensa se me venía encima hecha un alud de barro aullador que me perseguía y me perseguía me escondiera donde me escondiera (Anne-Marie me tenía que despertar porque yo daba patadas en sueños por culpa de las carreras que pegaba toda la santa noche), pero al escampar un poco iba y revisaba las paredes para constatar que aun corriéndole el agua a raudales por todas partes, cada tormenta ocasionaba un daño mínimo en relación con lo que esperaba.

Luego, entre tormenta y tormenta, fui haciendo un borde en el entrepiso dotado de barbacanas (a las que supongo terminaré cubriendo con gárgolas, dada mi barroco ¡qué digo barroco! ¡Gótico! modo de hacer las cosas) para alejar el agua de las paredes. Esto funcionó un poco, pero la furia de los elementos fue de película. Lo que entraba por las ventanas y por el espacio que deja al descubierto sobre la grada el envigado del entresuelo daba la misma sensación que producía pararse sobre el puente que estaba al pie del salto de La Llovizna allá en el Caroní…

De verdad pensé que la casa se nos vendría encima… Hice pruebas de resistencia con una esferita graduada, tomé probetas con un tubito, pensaba y pensaba… Le salieron matas a las paredes teniendo que hacer jardinería vertical a cada rato para que las raíces no las debilitaran. Hasta un hormiguero le salió en la pared noroeste…, hormiguero superficial y que sobra decir exterminé por completo… Debo decir que las hormigas margariteñas son muy raras, poco dadas a hacer verdaderos hormigueros terminan invadiendo instalaciones eléctricas, máquinas en desuso, pilas de bloques o ladrillos, montones de piedras, y en general cualquier sitio en el que el esfuerzo sea menor. Muy a tono con el contexto, las hormiguitas lugareñas…

Las goteras en el entrepiso eran a veces gotas, a veces chorros, dependiendo de la frecuencia de las tormentas. Había una que caía sobre la nevera y se le colaba dentro del congelador formando carámbanos como estalactitas y estalagmitas dentro del freezer… Hice las rejas de las ventanas mientras llovía esquivando el agua para no correr el riesgo de darme un corrientazo con los 200 Amperios que me lleva el diablo… Vacié los poyos (sí, poyos, porque son para apoyarse) de las ventanas en una escampadita sabatina y con el último saquito de cemento que me quedaba mientras le mandaba mensajitos de texto al sátrapa de la Toyota que me torturaba diciéndome que la camioneta ya estaba lista sabiendo yo que no era de nuestra camioneta de la que él hablaba…, bueno, dije que no mencionaría más eso…

Pero siguió lloviendo y lloviendo. Carateé (carateo se le dice aquí al calafateo hecho con una aguada de cemento o similares) el techo con cemento, con cemento y arena, con cemento y pego en todas las proporciones conocidas e inventadas…, funcionaba dos tormentas y volvía a gotear con más fuerza. Impermeabilizamos con un producto elastométrico muy bueno llamado Acriton Fester que seca en tres hora (pues llovía y llovía), y funcionaba otro par de tormentas violentas y de gotas como granizos…

Finalmente en una conversación que tuve con mi amigo Juan Pablo León le comenté la pesadilla y él me recomendó lo que fue (va siendo, que no me atrevo a cantar victoria aun) la solución: guata con sellador elastométrico acrílico Sika (Sikafill) que seca en seis horas… Pues sí, me monté en el techo con un rollo de guata de la que se usa para ponerle a los edredones por dentro (es un textil que parece un fieltro blanco, no tiene nada qué ver con la barriga), lo corté en tiras de unos treinta centímetros de ancho, apliqué el sellador en la grieta y a los lados, un poco diluido con agua (1 de agua 3 de sellador), pegué la guata, y le apliqué encima el Sikafill sin diluir. Queda muy bien. Ha llovido un par de veces desde entonces y no ha colado ni media gota de agua… Por cierto que tengo pendiente devolverle a Juan Pablo el resto del rollo de guata que quedó. Usaría a lo sumo unos cinco metros de un rollo de cien… Gracias, Juan Pablo…

Y se preguntarán ¿qué fue de las paredes? ¿cómo están? ¿cuánto sufrieron? Ta-ta-ta-taán… Pues nada, estaban mojadas como si acabaran de salir del molde, se pelaron un poco por aquí y por allá, se le cayó un poco del barro usado para acuñarlas, se le descubrió un poco la piedrita que se le añadió a la mezcla, perdió como tres centímetros de espesor (tenía cuarenta y dos centímetros y le quedan treinta y nueve, no es mal de morir) en un punto por el cual corrió agua que daba tristeza. Ya se están secando y recuperando su color tierra normal. Todavía debo desarraigar unos retoños que aun conserva en la franja que no alcanzo ni desde abajo ni desde arriba. Sí, tengo un andamio pequeño, pero está de estantería con un plástico encima cubriendo herramientas que no deben mojarse. Lo desarmaré y lo sacaré para hacer ese trabajo pendiente cuando se me pasen el susto y la tembladera.

No hubo asentamientos diferenciales, ni aparecieron grietas, ni hubo desplomes más que los que mencioné antes. No sé, me parece que el sistema es mucho mejor frente a las lluvias de lo que yo mismo esperaba. Lo confieso.

El maderamen de la estructura, pese a haber estado mojado por casi cuatro meses continuos no se pudrió, ni le salieron hongos, ni se le alojaron xilófagos después del vuelo nupcial de noviembre que fue una pesadilla también. Entre aguacero y aguacero, por tres o cuatro noches seguidas, entraron nubes de termitas aladas que buscan maderas para alojarse, aparearse, poner huevos, y criar nuevas generaciones de pequeños monstruos come madera… Pues se quedaron con los crespos hechos. No entró ni uno en nuestra estructura. Que vivan el Trifosban, la sal, y el sulfato de cobre…

Por lo pronto estamos aquí.

Vivimos aquí Zoé, Anne-Marie, y yo… Anne-Marie trabaja aquí…, tiene montado su laboratorio de diseño virtual plástico y maderudo aquí, en lo que llegará a ser nuestro estudio.

Seguimos usando la poceta y el fregadero del velero (Q.E.P.D.), la vela mayor y el foque genovés tapan la cumbrera aun abierta (y la trinquetilla les sirve de almohada sobre el cartabón de la cumbrera), la manguera del patio sigue siendo ducha y todo lo demás. Estamos pensando instalar el mástil afuera para colocarle encima la antena que mejoraría la recepción de los celulares, ya que la señal es pésima aquí, y como ese bicho mide doce metros…, bueno, creo que ayudaría.

El campamento sigue ahí, en lo que será la cocina… Pero ya paró el zaperoco que tenía montado el cielo con las tormentas esas del carrizo, conseguimos trabajo y cemento, y por lo tanto La Guachafita sigue adelante…

Ahora toca terminar los techos con todo y aleros, terminar los pisos internos que empezaremos a vaciar mañana con la exitosa técnica del suelo cemento (también llamada tierra cemento) ya antes descrita, hacer las habitaciones, terminar el biodigestor y conectarlo al baño…

Bueno, eso, y todo lo demás…

martes, 19 de octubre de 2010

Acampando en La Guachafita

Aquí estoy, sentada en un comedor de campaña en medio del tierrero en lo que algún día se convertirá en taller de La Guachafita. El sol (aun debajo de la sombra de un toldo que compramos y con una mata de ciruela de huesitos a mi espalda) me castiga la nuca como con rabia. Miro los muros de tierra que tengo enfrente y pienso en todo lo que se ha hecho en este tiempo de bregar soñando y de soñar bregando.

Ya las paredes hace mucho tiempo se alzaron y ahora es el turno de los techos y los pisos. El techo de lo que será la cocina y en este momento es nuestro campamento, ya está listo. Bello a 4 metros de altura, es claro y fresco. El entrepiso del otro ambiente esta a punto de estar listo también, así que ya hay sombra dentro de la casa y la diferencia de temperatura con el exterior es enorme.

En este lapso de tiempo el futuro nos alcanzó y estamos ahora acampando en lo que será nuestra casa. Cuando digo acampando no es una figura hiperbólica, es carpa y cocina de campaña. Es ducha con manguera, es tierra y sol inclemente.

Suena duro y no se equivoquen, lo es. Pero me estoy divirtiendo de lo lindo. Armamos una cocina en el ranchito de zinc que al principio sirvió de guardadero de corotos y ahora es guardadero de corotos, baño (con una pocetica del que fue nuestro velero) y ducha (con una manguera). Delante de ese espacio, en unos mesones hechos de los encofrados en desuso, hicimos una cocina. El barco de nuevo nos regaló un lavaplatos y un señor de Atamo hizo unas esteras que nos protegen de las miradas indiscretas y del inclemente sol. Como diría mi mamá: lo cortés no quita lo valiente y a pesar de que el piso es de tierra y el grifo es una manguera, quedó bonita. Y yo gozo cocinando y hasta fregando (es un refugio ante el calor) en ese pequeño espacio. Desde allí miro un par de patos que descubrieron un charquito que se hace del desagüe del fregaplato y la ducha, y hasta nadan allí. Tengo de ayudantes una legión de lagartijas, quienes todas las mañanas “barren” el piso de la cocina de los restos de comida que caen y los insectos escondidos por allí. Las gallinas y sus pollitos (todos prestados, ninguno propio) limpian el resto del terreno de alacranes y culebras.

Nuestras habitaciones (de Zoé, Luis Guillermo y yo) son sendas carpas puestas sobre una tarima de madera en lo que será la cocina, el único sitio con techo completamente impermeable hasta el momento. En las carpas tenemos nuestros colchones, lamparitas para leer y ventiladores, por lo que se duerme sabroso y a salvo del polvero externo.

A partir de las 4 de la tarde, todo cambia. Apenas el sol se esconde detrás de un cerrito que tenemos hacia el oeste, la brisa se pone fresca, el sopor pasa y se puede estar afuera sin tener taquicardia. Cenamos temprano, pues casi no podemos almorzar y las veladas son deliciosas, como suelen serlo en los campamentos. Luis Guillermo se fuma un tabaco, nos tomamos un cocuy, echamos cuentos con el Tío Francisco que nos echa una mano (invaluable) en estos momentos y el tiempo se estira y se estira de un modo cómico, pues a las 7 y media de la noche ya sentimos que la jornada está completa y tenemos ganas de acostarnos.

Es bonito vivirlo en el sitio, como lo estamos haciendo. Cada pequeño paso es un gran avance hacia una casa bella, y lo más importante: nuestra.

Algunas notas sobre tecnología.

Toda la estructura de techo y entresuelo, cubierta, aleros, saliente de la escalera, todo, se ha hecho con tablas de Pino Caribe procedente de las siembras de CVG Proforca de allá, de Uverito (Monagas).

Lo que hicimos fue un pseudo laminado de tablas para fabricar las vigas, a las que se le dio una contra flecha del 1% para que trabajaran más efectivamente. Para armarlas de usó una mezcla de pintura de caucho, cola blanca (PVA), sal marina, sulfato de cobre, y Trifosbán al 1%, como pegamento y tratamiento de la madera. Se mantuvieron juntas las piezas con prensas y le caímos a clavos. Luego, con calma, apernaremos todo con los tornillos de carruaje que se deben usar.

El criterio para la preparación de la mezcla para pegar las maderas fue el siguiente: pintura de caucho para exteriores como fijador. Cola Blanca como refuerzo de pegamento. Sal marina como componente ignífugo. Sulfato de cobre que es el mejor fungicida que conozco (el hongo es el principal enemigo del pino y en este caso es muy importante porque la sal es higroscópica y mantiene las tablas un poco húmedas. Esto no es del todo malo porque una madera reseca resulta frágil. Pierde flexibilidad. Como hongos y humedad son amigos hay que prevenir los daños con la utilización del sulfato de cobre). Y el Trifosbán, que es un buen elemento preventivo contra xilófagos varios. Ha funcionado muy bien hasta ahora.

Sobre la cubierta de madera se vació una pequeña capa de concreto con fibra añadida y pego como elemento hidrófugo, y para minimizar los problemas que aparecen donde hay concreto y madera juntos como es la deslignificación de la madera por el medio alcalino (aparición de azúcares que degradan la madera), se imprimó toda la superficie con una solución de sulfato de cobre con sábila. Ya informaremos de los resultados. Pero en los experimentos previos que hicimos no aparecieron daños en la madera así tratada.

Existen varias maneras de tratar las maderas en una obra pero al final todo se reduce a hidrosolubles y óleosolubles. Escogimos trabajar con agua porque veneno o no veneno, resulta menos agresivo con el medio ambiente y con este servidor que no usa motor diesel. También está la razón de que la membrana de concreto vaciada sobre la madera no trabajaría junto con ella sino que irremisiblemente se despegaría al ser rechazada por el tratamiento. Pero no descartamos que para las ventanas y puertas sí utilicemos óleosolubles por la tenacidad que le opone al agua y al sol, que de ambos hay aquí como para regalar.

Ahora que ya está casi listo el vaciado de la capa de concreto del entresuelo, pasamos a solucionar el problema de la losa interna de la casa que tiene un hueco de unos dieciocho metros cúbicos en el centro. La razón de este hueco no es para enterrar un tesoro, ni para hacer el laboratorio (mazmorra) del abuelo de Herman Monster. Ese hueco responde a una necesidad de almacenamiento de aire frío para mejorar las condiciones de diferencial de temperatura entre el techo y el suelo.

Este hueco se comunica por tuberías con la parte de abajo del tanque de agua. El aire, al pasar por él se enfría. El aire caliente que está pegado al techo se sale por las aberturas de la cumbrera creando un vacío interno que viene a ser llenado con el aire frío que se almacenó en el dicho hueco debajo del centro de la casa… Por lo menos sobre el papel esto debería funcionar así. Y ojalá que así sea, porque el dichoso hueco ese ha dado más guerra que el carrizo, y si no funciona me va a dar mucha tristeza…

Del friso y todo lo demás iremos hablando en la medida en la que se genere.






















viernes, 21 de mayo de 2010

El Biodigestor I. Winnie The Pooh (We need the Poo).



La familia es el arquitecto de su propia casa […]
Manual del constructor popular.
Arq. Luís A. López R.



Ya había hablado antes del sistema de disposición de aguas negras para esta casa que estamos construyendo.

Habíamos decidido un poco de pasada fabricar un sencillo sistema de trampa de grasas, tanque séptico con clarifloculador, y un campo de absorción, porque es un sistema simple y de uso común que, digamos, se cae por su propio peso. Me refiero, claro, a las razones para usarlo.

Después, en el devenir de la obra, nos ha dado tiempo de sopesar los pro y los contra de este sistema incluyendo su eficiencia para convertir los desechos en material utilizable (o por lo menos biodegradablemente descartables) frecuencia de mantenimiento, y todas esas pequeñas razones donde también está, cómo no, la inercia de la costumbre.

De más está decir que el sistema clásico de disposición de aguas negras fue descartado por ser una solución escasa de imaginación.

En su lugar convertimos el tanque séptico en un biodigestor, o bioreactor anaeróbico porque ofrece, por más o menos el mismo costo, un sinfín de ventajas a corto, mediano, y largo plazo.

El tanque séptico para un sistema de tratamiento aeróbico requiere de un mamparo para desacelerar las partículas (clarifloculador), y un aporte de aire por burbujeo, entre otras cosas. A cambio suministra agua razonablemente limpia con el problema de trabajar con un ph bajo, de 3 o menos, lo cual resulta muy ácido para el tipo de tierra que tenemos aquí.

Esto hace necesario el tratamiento de los efluentes con lejía de cenizas o una lechada de cal para subir ese ph, logrando entonces, regar las matas con esas aguas tratadas de ese modo.

Estas son las razones por las cuales desistimos de fabricar el sistema de descomposición aeróbica cambiándolo por el proceso contrario, que según se verá más adelante, ofrece una serie de ventajas sumamente interesantes.

Cambiamos el diseño de la tanquilla séptica del sistema aeróbico, por una cámara de digestión anaeróbica hermética, conocida como biodigestor, que además es mucho más sencilla.

Vamos a comenzar las explicaciones de atrás hacia delante. Es decir, por los efluentes, para ir retrocediendo hasta llegar a la manera en la que se construyó el sistema completo.

En un sistema de reacción anaeróbica el ph llega a 7 u 8, lo cual hace el agua efluente perfecta para el riego de las matas.

Hay que recalcar aquí que esto es un factor muy importante porque para el sistema de enfriamiento de la casa es imprescindible que los árboles circundantes crezcan rápido siendo crucial el riego y alimentación de éstos.

Los efluentes de un bioreactor anaeróbico son ricos en fósforo, potasio, y nitrógeno, que son los principales nutrientes que necesitan las plantas para crecer y desarrollarse, y pueden usarse directamente como salen del sistema, o dejarse secar para ser almacenados y utilizados posteriormente.

Además, un biodigestor proporciona, como parte del proceso de digestión de las aguas servidas, una combinación de gases combustibles conocidos como biogás que pueden ser utilizados para la cocina, para iluminación, y para cualquier otro uso que se le quiera dar dentro de las limitaciones de producción del sistema.

El biogás es una combinación de metano (60 a 80%), dióxido de carbono (20 a 40%), nitrógeno molecular (2 a 3%), y anhídrido sulfuroso (0,5 a 2%), lo que lo hace buen combustible si se tienen ciertas precauciones.

Con el anhídrido sulfuroso hay que tener ciertos cuidados porque es venenoso. 300 ppm ya dejan sin sentido a un ser humano. 500 ppm ya lo manda a uno al cementerio. Por eso es que hay que tomar ciertas precauciones muy sencillas, pero necesarias, porque aun siendo muy bajo el porcentaje de producción de este gas, mínimo mancha las ollas de negro.

Existen varios modos de filtrar este gas. Se usan, en línea general, una estopa de alambre, un filtro, burbujeo en un medio base (cal), y otros más. Ya veremos cuál o cuáles vamos a usar nosotros. Aunque tal vez me decante por el de la cal porque el subproducto obtenido contiene azufre, que tiene muchas otras utilidades. Pero cruzaremos el puente al llegar a él.

En la descomposición anaeróbica existen tres fases: 1ª. Hidrólisis y fermentación. 2ª. Acetogénesis. 3ª Metanogénesis, por la cual se obtiene el metano. Pero para que esto funcione así el hermetismo del conjunto es esencial, claro que esto no es un inconveniente grave pues las presiones que se manejan son del orden de los 8 a 13 cm de columna de agua, y eso, la verdad, no es mucho.

Cualquier desecho biológico puede producir biogás. El estiércol humano, el de perro, el de vaca, el de cochino, el de gallina…, pero la totalidad de desperdicios de la cocina, conchas de verduras, legumbres, frutas (menos los cítricos porque le bajan el ph al sistema quitándole eficiencia y hasta inutilizándolo), restos de carne (sin exagerar con la grasa porque esta puede crear una capa en la superficie que ahoguen las bacterias que producen el gas). Hasta el papel sanitario, el aserrín, las virutas, hojas, en fin, todo desecho biodegradable.

Para utilizar aserrín y virutas, hojas, ramitas, y tal vez el papel, para hacerlos biodegradables hay que someterlos a un lavado con una lechada de cal a la que se le añade orine (no se rían, que no hace falta tanta tampoco, basta que antes de hacer este trabajo me tome unas tres cervecitas), o soda cáustica, o hidróxido de sodio (Diablo rojo), para decantar la lignina que entorpece también el proceso de descomposición anaeróbica.

La lignina así obtenida puede ser utilizada en otra enorme cantidad de cosas de las que hablaremos en otra ocasión.

Todo esto parece complicado, pero en realidad no lo es. Tal vez da algo de trabajo que haría necesario un poquito de disciplina, pero a cambio nos quitaremos de encima parte del problema de la basura, produciremos gas, y mantendremos el jardín muy bien alimentado sin más gasto que bajar la poceta del mismo modo que de todas maneras vamos de hacer ¿no? Y un jardín bien alimentado es lo que nos interesa porque lo necesitamos para mantener la casa fresca.

Podemos decir que para obtener el biogás necesario para mantener las hornillas encendidas durante unas cinco horas diarias necesitaremos el aporte de unos veinte kilos de desechos biológicos frescos diariamente, lo cual tampoco es difícil para una familia de cinco personas, dos perros, y un gato…, y que además, tiene una carpintería.

El tiempo de reacción de los desechos con las bacterias, a 30ºC es de unos diez días para comenzar a obtener metano en cantidad suficiente. En un principio, durante la primera fase del proceso la proporción de dióxido de carbono será muy alta haciendo que la mezcla sea poco eficiente desde el punto de vista de generación de temperatura.

Bueno, creo que hemos hablado mucho sobre la parte bioquímica del asunto, mejor comenzamos a hablar sobre el aparato en sí mismo.

Originalmente, cuando comenzamos los trabajos de construcción de la casa, metimos una retroexcavadora para que abriera las zanjas para los cimientos, el hueco para el tanque de 15.000 litros de agua, el hueco para la tanquilla séptica, y todo hueco posible para obtener la tierra con la que después levantamos la tapia (unos 52m3 al final), demás está decir que el operador de la maquina estaba más contento que chino en bicicleta y cada hueco o zanja que hizo las abrió lo más grandes que pudo, de manera tal que la humilde tanquilla séptica que yo quería hacer se convirtió en un inmenso hueco de dos metros de largo, por metro y medio de ancho, y metro y medio de profundidad (unos 3.300 litros de capacidad).

Sacando cuentas, tomando como referencia lo que costó en dinero y en lidia el tanque de agua, tuve pesadillas con la perspectiva de tener que hacer otro sacrificio igual para la fabricación de otro tanque más. Así que estuvimos dándole vueltas a las distintas técnicas de construcción de tanques hasta que encontramos la del ferro-cemento.

El ferro-cemento es una técnica sencilla y económica para fabricar tanques, embarcaciones, piscinas, e inclusive tabiquería. Bueno, mi Papá le tapó unos huecos que tenía en la latonería un viejísimo Nissan Patrol de nuestra propiedad, con ésta técnica. Es sumamente versátil y económica, ya ven.

En la segunda guerra mundial, los aliados hicieron muchos barcos de esta manera, porque además de ser económica, a los sonares de los submarinos alemanes les costaba detectarlos porque el rebote de la señal no sonaba metálico sino a piedra.

El inconveniente de esta técnica está en las reparaciones de las posibles roturas, pero no pensemos en eso, que no vale la pena.

El procedimiento es bastante sencillo. Es laborioso si lo hace una sola persona, como es mi caso, pero es muy fácil de hacer.

Una vez emparejado el hueco dentro del cual vamos a fabricar el tanque armamos una especie de jaula de malla trucson de 6”x6”, de cabilla de ¼” (tripa de pollo o similar) del mismo modo que se haría una armadura para ser vaciada en concreto, pero con una sola capa de cabillas en vez de dos. Luego se cubre esta armazón de cabillas con cuatro capas de malla de gallinero bien amarrada entre sí procurando que los huecos de la malla quede desfasado en cada capa de la malla para darle un soporte más intrincado para el mortero que se aplicará después.

El mortero que nosotros aplicamos fue un 1:2:4 con fibra para concreto en un porcentaje 75% mayor del que utilizaría para el concreto armado normal. Le añadimos un poquito de cal a la mezcla por cuestiones de la fluidez al aplicarla, cosa que le dejo al criterio de cada quién.

Entre la armadura de cabillas y malla de gallinero, y el talud del hueco metimos un plástico negro del que venden en la ferretería (polietileno) para mantener limpio todo el entramado metálico, y para tener un apoyo detrás al arrojar el mortero para hacer el friso.

Después fuimos aplicando mortero sobre el enmallado presionándolo para que pasara hasta el respaldo de plástico que tiene detrás, y alisándolo después con la cuchara de albañil.

Cada cierta altura de frisado dejaba caer tierra entre el plástico y el talud para garantizar el respaldo del mortero. Hay que tener cuidado con esto porque se deforma la especie de jaula esa, aunque no es ningún accidente grave. Sólo queda feo. El espesor de este friso es de 1”, lo cual deja ver que el ahorro de material es del 75% frente al concreto armado, nada más que en el mortero. Sin tomar en cuenta el acero.

Durante la aplicación del mortero se dejaron los tubos de entrada y de salida de la cámara de digestión a los cuales de les aplicó el friso con mucho cuidado para garantizar la estanqueidad.

Para el techo del biodigestor se armó un encabillado igual que el de las paredes pero en forma de bóveda de media caña por cuestión de resistencia de los materiales.

Con la cabilla de ¼” hicimos unas formas de costillas de barco y las colocamos amarradas con alambre sobre los salientes de la cabilla del tanque, formando la curva de la bóveda.

Bajo estas cabillas se amarraron dos láminas de metal expandido Riplex (sen-sen) sobre las cuales se amarraron las cuatro capas de malla de gallinero para formar toda la armazón del techo del tanque.

Se dejó colocada la base de la tapa de visita del biodigestor, que es una brida hecha con ángulo de 1 ½” x 1 ½” de 60 x 60 cm, con tornillos para colocar luego la tapa hermética sobre la cual irá después el gasómetro. Del gasómetro también hablaremos largamente en la próxima entrega.

La colocación del mortero sobre la tapa es concéntrica comenzando por los bordes Por precaución ya que la resistencia de la armazón no es mucha, y estamos trabajando sin encofrado sumándole al peso del material la carga viva que representa un hombre aplicando el mortero.

Para la junta entre la tapa y las paredes de la tanquilla usamos pego gris del de colocar cerámica en los baños, para asegurar la estanqueidad del sistema.

Una vez terminado todo el friso por dentro y por fuera, se pinta interiormente con alguna pintura impermeabilizante a dos manos incluyendo el techo y muy cuidadosamente los pases de tubería. Por fuera, la tapa, la pintaremos de negro para obtener la mayor temperatura posible por la absorción de los rayos solares.

Una vez listo se hacen las pruebas de estanqueidad usando el escape del carro, para lo cual se taponará la salida, y se le adaptará momentáneamente un reductor en la entrada para poner una manguera al escape del carro.

Se deja encendido el motor del carro hasta que éste se apague solo por asfixia. Eso será porque el sistema no tiene fugas. Si el carro no se apaga hay que revisar a ver por dónde está la fuga. En mi caso es muy fácil porque mi carro está quemando muy mal y el humo se ve perfectamente.

Este procedimiento hace también de barrido para el oxígeno existente acelerando el proceso de digestión del sistema.

En la próxima entrega, todo lo relacionado con las conexiones del sistema a la casa. Aguas servidas y biogás.


lunes, 15 de marzo de 2010

La Guachafita en el periódico


Hoy salió este super artículo en el Sol De Margarita....
¡Gracias!

miércoles, 3 de marzo de 2010

Uso del Cemento en La Guachafita.




Al comparar el gasto energético entre
El adobe y el tabique rojo,
Mientras este último consume 30.000 Btu,
El adobe utiliza únicamente 2.000 Btu
Durante su producción, a diferencia del
Tabique recocido y el de concreto,
El adobe no contamina la atmósfera
Ni los suelos […]

Construir con Adobe.
Fundamentos, reparación de daños
Y diseño contemporáneo.

Berenice Aguilar Prieto.


Claro que me he tenido que ir a la cama pidiendo perdón a madre natura todas las noches, antes de dormir, para poder conciliar el sueño. Me produce pesadillas el hecho de tener que hacer lo que no quiero hacer, y el verme obligado a ser razonable nada más que porque tampoco es que estoy loco, ni es que tengo una eternidad disponible para terminar la casa.

Con respecto a los pisos, por ejemplo, estuve barajando la posibilidad de usar tierra apisonada curada con los jugos de la sábila o del corazón del cactus. Este es un método sencillo y muy utilizado hasta no hace mucho en gran parte de este planeta, sobre todo en las así llamadas zonas tórridas.

El procedimiento digamos Standard sería igual que el del vaciado con el concreto en lo tocante a la nivelación previa, la compactación, y el encofrado de los bordes. Difiere en que no lleva armadura de ningún tipo, se aplica en capas delgadas (de 2 a 3cm) que se dejan secar varios días antes de aplicar las sucesivas superiores, pero el agua que se usa para preparar el barro a aplicar viene de unos toneles en los que se meten pedazos de cactus o sábila un par de días antes. Es bueno usar dos o tres barriles para este fin, porque así siempre se dispone del agua con una cierta concentración deseable de jugo del cactus o sábila.

El acabado final es susceptible de ser teñido son óxidos, o aclarado con algo de cal, y posteriormente se pueden curar con una solución saturada de jabón azul, o gasoil con esperma de vela, llegando a ser encerado como cualquier piso de cemento pulido. Claro que su resistencia no será nunca, ni lejanamente, la de un mortero de concreto, pero para usos domésticos será más que suficiente. No tengo pensado montar una tornería en la sala de mi casa.

En la ecuación de la construcción de nuestra casa entran, con mucha importancia, el factor tiempo y el factor músculo (mío), por lo cual debo sopesar una gran serie de variables exprimiéndolas hasta el mismísimo borde de lo absurdo, hablando desde el punto de vista de la ingeniería. Por eso me vi obligado a desechar la tierra curada con sábila o cactus. Porque el preparado de esto requiere del corte y transporte de un ingrediente más bien espinoso ¿no?

Afortunadamente tuvimos la visita en el sitio de la obra de un gran constructor lleno de recursos ingeniosos, más ingenioso también por ingeniero nuestro amigo Eurípides Vicioso, que me recordó un sistema recientemente caído en desuso conocido como “suelo-cemento”, o “tierra-cemento”, que no es otra cosa que un concreto (u hormigón) preparado mezclando el cemento directamente con el suelo del lugar.

No es ninguna loquera de ningún grupito de cabezas calientes ultrosos ni nada de eso. No. En Argentina existe una autopista hecha con este sistema, por ejemplo.

Hicimos varios ensayos y obtuvimos que la mejor manera de lograr un buen resultado pasaba por preparar la mezcla concienzudamente, es decir, retirar del árido en lo posible el material orgánico y las piedras más grandes de unas dos pulgadas de diámetro, mezclar (unas cuarenta y cinco paladas grandes del agregado árido) en seco con el cemento (medio saco del tipo III, que fue del que conseguí), algo de cal (en polvo, media palada, para colaborar con la plasticidad de la mezcla), unos ciento sesenta gramos de fibra sintética para concreto (porque me niego a usar la malla Trucson ahí dónde no sea estrictamente necesaria), hasta obtener un color uniforme. Solo entonces se le agregará el agua necesaria para que fluya como uno necesite (en nuestro caso unos 22 litros más o menos). El agua hay que agregarla en tres tandas sucesivas de dos quintos la primera y la segunda, dejando un quinto para agregarlo a mitad de uso, porque la tierra siempre tiene algo de arcilla que, digamos, se “traga” parte del agua de la mezcla y esta se pone difícil de manipular.

A los puristas del concreto, que saben muy bien que si la relación w/c=0,6 da un concreto de alrededor de 3.500 PSI a los 28 días, que traducido de la lengua de la reina a este nuestro idioma más cristiano y decimal, da unos 246,58 kg/cm2, les puedo decir que lo que obtuvimos fue un suelo cemento de alrededor de w/c=1 que es lo mismo que decir unas 1500 PSI, que vienen a ser unos 105,68 kg/cm2. O sea, que si al capitán pata de palo (al que le calculo unas 232,5 libras de peso) le da por venir a la fiesta de inauguración ataviado a la “Drag Queen” con su pata de palo tipo “Stiletto”, y le da por bailar la “Yenka” o la “Blutchtika” sobre una sola pata (la de palo para la ocasión), tal vez nos agriete el piso.

Los principales cuidados que hay que tener con el suelo-cemento son, con la homogeneidad del material (que no tenga grumos secos o a medio humedecer), y que al vaciar se haga en capas de un grosor no mayor a tres centímetros. Para esto hay que garantizar que el suelo sobre el cual se vacía este material, esté perfectamente a nivel y bien compactado. Nosotros, además, colocamos un plástico debajo para minimizar el problema de la humedad, la que se pierde durante el fraguado por percolación, y la que sube luego al interior de la casa por capilaridad.

Vaciamos entonces paños de tres metros por un metro cincuenta, por tres centímetros y medio de espesor, cada vez. 1/6 de metro cúbico. 0,1666m3.

En el primer paño aparecieron algunas grietas de contracción durante el fraguado, todas perpendiculares al lado largo, lógica y naturalmente. Dedujimos que el sol tenía que ver también con esto por la pérdida violenta de humedad durante el proceso, por lo cual el segundo paño lo cubrimos con los sacos vacíos muy bien mojados. No se agrietó el material pero quedó veteado con la marca de los sacos.

Para el tercer paño observamos muy bien la homogeneidad de la mezcla y lo constante del espesor vaciado y no apareció ni una sola grieta. De modo que el mejor procedimiento es el de poner mucho cuidado en el mezclado y en el espesor constante del material vaciado. Con el tiempo ha venido apareciendo una grietita minúscula pero perceptible, en la junta entre vaciado y vaciado.

Vaciamos tres capas de paños superpuestos para obtener unos diez centímetros de espesor total. Al último de arriba le añadimos, espolvoreado, algo de cemento blanco en la superficie para aclarar el color y darle una apariencia como de café capuchino al acabado final. Total, ya puestos, cemento es cemento…

Para la viga que corona la tapia sopesamos tres opciones: la grada clásica de madera maciza aserrada, la grada de madera laminada compuesta, y la viga de corona de concreto armado.

La viga que corona la tapia (antigua grada) es una pieza estructural muy importante (importancia capital, en este caso) porque cumple dos funciones vitales para la estabilidad del conjunto. Por una parte mantiene las paredes juntas y verticales, lo cual obviamente es absolutamente necesario para que carguen convenientemente según diseño. Por otra parte distribuyen el peso de las estructuras superiores de los envigados de entresuelo y cubiertas de techo, que al estar colocadas sobre un material de baja resistencia a la tensión como lo es la tierra apisonada, necesitan de mayor área de apoyo para evitar grietas y fallas estructurales. También contrarresta el vector horizontal resultante de la descomposición de las fuerzas que ejerce la estructura de techo a dos aguas.

La grada clásica de madera maciza aserrada se descarta sola porque en nuestro caso la mano de obra es muy limitada además de que la cantidad de madera resultaría costosísima. Hay que tomar en cuenta que 3,5 metros cúbicos de roble o de cualquier otra madera dura, cuestan más que el resto de la obra. Además, las piezas más largas pesarían alrededor de 600 kilos. Para instalar esto necesitaría una grúa telescópica de la cual no dispongo ni quiero disponer.

Tal vez, logrando un permiso del ministerio del ambiente, podría retirar algunos árboles caídos por ahí y utilizar la madera así obtenida (es posible, aquí hay gente que usa los robles caídos para hacer carbón, así, de modo lícito y todo)… Permisos en este país…, cosa engorrosa… Luego un camión, una motosierra, una grúa, tres tipos, matraca… No señor. Descartado.

Está también la grada de madera compuesta, que no es otra cosa que lo mismo que hice con los dinteles. Dieciséis tablas de espesor, por doce tablas de largo. Unas doscientas tablas con pernos y pegamento que fácilmente me servirían para otro fin menos laborioso y con un abanico de opciones de construcción menor, también. Descartado.

Al final sacamos cuentas en el siguiente círculo concéntrico de la lógica centrípeta y llegamos al controversial concreto armado. Problemas a resolver, el encofrado, y el acero.

Tenemos aproximadamente cuarenta metros lineales de viga a vaciar. De cuarenta centímetros de ancho y veinte de espesor. Unos tres y medio metros cúbicos de material, así, a ojo de buen cubero… Eso son veinticuatro tablas de treinta centímetros de ancho nada más que para encofrar. Ocho tipos, setecientos litros de agua, y una mezcladora, amén de un sancocho y diez cajas de cerveza. Es mucho. Descartado.

Partamos de la premisa de que esta casa la estamos haciendo entre dos personas normales (bueno, lo de normales es mi punto de vista nada más). No dos titanes. Nosotros podemos vaciar, como máximo, medio metro cúbico por día, un día sí y el otro no. Porque hay que desencofrar y volver a encofrar, y porque si es más, nos morimos pa’l coño, maracuchamente hablando.

Así que dividimos el vaciado en trece partes: cuatro esquinas 90º de 1/6 m3 cada una, dos esquinas dobles “T” también de 1/6 m3, dos rectas cortas de 1/12 de m3 cada una, dos rectas largas de ½ m3 cada una, y tres rectas medianas de 1/3 m3 cada una.

La armadura de acero está hecha con cercha electro soldada C15 a la que se le añadieron unas ligazones de cabilla de ½” donde fuera necesario, y todos los anclajes para las vigas y estructuras superiores, hechos con el mismo material. Usé cabilla estriada de ½” porque me sobró de la construcción del tanque de agua, no porque hiciera falta tanto diámetro. Con 3/8” es más que suficiente.

Recortamos y ajustamos los tapiales (los moldes de madera dentro de los cuales se compactó la tierra con la que se hizo la tapia y que me dio mucha lástima cortarlos después de haber sido tan fieles, pero así es la vida) para el nuevo uso como encofrado para el concreto. Conseguí brocas nuevas para mi berbiquí (cosa en extremo agradablemente sorprendente) y fabricamos dos encofrados modulares, rodantes, y convertibles, para los tres usos necesarios.

Armamos el acero sobre la tapia poniendo mucha atención en la traba de los esquineros (que son lo más importante estructuralmente hablando) y encoframos y vaciamos una esquina por vez teniendo mucho cuidado que el “pegue” entre los vaciados no coincidiera con la traba de las tapias aunque, bueno, alguno inevitablemente quedó donde no era porque así también es la vida.

En estos “pegues” o juntas entre vaciados viejos y nuevos dejamos un diente con forma de cola de milano, como el que se usa en carpintería, que luego cubrimos con epoxi para concreto justo antes de vaciar el siguiente material para ayudar con la homogeneidad de la estructura.

La idea es vaciar cada pieza del envigado de corona con un día de por medio hasta que terminemos. Para lo cual hay que dejar insertos en el concreto (de aprox. 150 a 180 kg/cm2 a los 28 días) todos los pernos de anclaje, que dejé cada 58,75cm para la colocación del envigado del entresuelo.

Creo que debo, aquí, aclarar un punto que tal vez estará quedando como cabo suelto con respecto al tema del concreto armado, filosóficamente hablando.

De ninguna manera creo que se deba proscribir el uso de este material, sino racionalizar su uso porque resulta peligroso, en más de un modo, para el medio ambiente no solo en el proceso de su fabricación, sino en su uso cotidiano por la masificación que ha sustituido cualquier alternativa más amable con el colectivo.

Por ejemplo, en la tabla de Resistencia térmica de los materiales de construcción, que aparece en la página 7.38 del libro Guía de Construcción ilustrada, de Ching-Adams, aparecen unos datos perfectos para la visualización de lo que quiero decir al respecto.

Según esto, el concreto armado tiene 1/k (factor de transferencia de calor) de 0,08 (R por pulgada de espesor, donde R=Fº/Btu/hr x pie cuadrado), la madera laminada 1,25, y el cartón de fibra de madera (MDF) 2,00, por mencionar tres materiales nada más.

Está claro entonces que construir eminentemente con concreto nos obliga después a refrigerar las viviendas para hacerlas habitables. Es decir, gasto inicial mucho mayor por lo que cuesta el concreto y extendido en el tiempo por lo que cuesta la energía eléctrica, los aparatos acondicionadores de aire, su mantenimiento, sin hablar del costo ambiental de todo lo anterior.

Creo que ahora, con todo este lío que hay con los racionamientos eléctricos se verá más claro a qué me refiero con el asunto este de escoger los materiales idóneos, la termodinámica, la arquitectura, y la tecnología en general para la construcción de las viviendas.

Yo vivo pagando alquiler en una casa tipo “rinacimento” (rinace tutto ma con cemento) que tiene todos los defectos juntos, pero cuando tiene el acondicionador de aire encendido y funcionando bien es sencillamente maravillosa…, hasta que llega el recibo de la luz…, ahí se pone seria la cosa…

Pero es cuando se va la luz que realmente empiezan los defectos a saltar a la vista.

Está construida en la falda de una montaña en un sector que antes fue una cantera y por eso nos circunda la piedra que actúa como condensador de calor. Lo acumula de día y nos lo regresa durante toda la noche.

Tiene la pared más larga mirando hacia el oeste recibiendo así todo el sol de la tarde y no tiene más que treinta centímetros de alero, causando que cuando llueve se muere uno también de calor porque el agua entra en oleadas junto con las ráfagas de viento. Y aunque se cierren las ventanas, estas están tan mal hechas que el agua se cuela por los bordes y el piso, que tiene la pendiente hacia a dentro, se inunda. Así que durante la tarde la casa es inhabitable, con sol, o con lluvia.

El techo es de cuatro aguas sin ventila en la cumbrera. A mediodía hay una bolsa de aire realmente caliente que llega a la altura de mi cabeza forzándome a andar inclinado. Cuando se cocina algo que suelte humo se aprecia perfectamente este fenómeno. Con todas las ventanas abiertas y habiendo buen viento afuera el aire permanece inmóvil adentro, y la bolsa de humo en el centro baja hasta la altura de mi cabeza.

No tiene salidas de aire a sotavento desaprovechando totalmente la circulación que se origina en las faldas de las montañas.

Si se va la luz hay que salir de la casa y sentarse afuera hasta que regrese porque la casa se convierte en un horno en menos de cinco minutos, aunque la luz se vaya de noche, a las tres de la madrugada.

Trabajo en una casa de tapia que tiene unos trescientos años. Una casa deliciosa con unos techos a más de cuatro metros de altura. Una casa por la que la brisa pasa por todos lados refrescando casi todos los ambientes, menos los que convirtieron en oficina (estos chamos irreflexivos, pero entiendo por qué lo hicieron) al los que les fueron cegadas las ventanas…, caray, cuando se va la luz…, no agregaré comentario…

Bueno, basta ya, que este blog no es aleccionador. Esa es una actividad muy fastidiosa. Yo lo que quiero es que si alguien se antoja de averiguar sobre este tema, tenga información práctica disponible.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Tapiales III

La tierra es el material de mayor existencia, su flexibilidad,
Eficiencia termo-acústica y bajo costo son determinadamente
Indiscutibles. La autoconstrucción constituye una alternativa
De gran viabilidad para resolver en parte el problema de la vivienda;
La participación del usuario en la construcción a través de
Programas de organización y control de la misma,
Disminuye los costos e incide directamente sobre el uso de
Tecnologías autóctonas basadas en la idiosincrasia.

Maquina para la fabricación
De bloque prensado de tierra.

Universidad de Los Andes.
Facultad de Arquitectura y Arte.

Prof. Carlos Mario Aguirre Tamayo.



El día dos de diciembre, a las nueve y veinte de la mañana le di el último golpe de pisón a la tapia de nuestra casa.

Han sido meses de tierra, cal, pisón, tierra, cal, pisón, tierra, cal, pisón.

En esta capa superior de la tapia tuvimos que trabajar a tres metros del suelo, que es la altura de la tapia sin la grada de concreto que está aun por hacerse.

Los andamios que hicimos funcionaron perfectamente. No solo como andamios sino como cuerpos de grúas combinando perfectamente con el artilugio de marinería que usamos de polipasto para izar los tapiales.

Ya dijimos que los tapiales los hicimos hibridando el sistema clásico con uno moderno que se usa actualmente en Méjico y en Estados Unidos (en donde es perfectamente “permisible” un proyecto de ésta índole con todo y la clasificación sísmica de estas zonas). Es decir que el sistema antiguo perdió toda aquella complicación que representaban los tojines, tortoles, agujas, cuñas, y todo lo demás, para ganar sendos rodillos que facilitaron enormemente el movimiento del tapial en el momento del desmolde y reemplazamiento.

Perdió complicación, sí, pero también perdió un poco de estabilidad que deberé tomar en cuenta para la próxima vez que se me ocurra meterme en estas ocupaciones. También hay que tomar en cuenta que los tensores internos molestan mucho a la hora de echar pisón. Vale la pena pensar en unos tapiales mas reforzados externamente y con menos cosas atravesadas por dentro. Pero estos funcionaron y la casa tiene sus paredes ya.

El rendimiento se redujo a la mitad, en esta etapa alta de la tapia, de lo que podíamos hacer en la capa baja por tres razones: el grupo de trabajo se redujo a dos personas, solo trabajábamos cinco horas al día, y hay que subir la tierra desde el suelo hasta allá, donde va a ser vertida para luego ser compactada.

Por eso, de llenar un tapial al día pasamos a llenar medio tapial nada más. Hubo casos en los que subimos (subí) cuarenta y ocho tobos por capa, y echamos seis capas en un turno de cinco horas… Además está lo de los dinteles.

Hicimos ocho dinteles de madera y uno de piedra. De estos, seis miden un metro ochenta y tres, dos miden un metro veintiuno, y el de piedra mide dos metros sesenta. A todos se les dejó un solape sobre la tapia de más de cuarenta centímetros por lado. El dintel de piedra solapa más de cincuenta centímetros por lado.

La colocación de los dinteles exigió su buena dosis de ingenio porque, como ya dije, hice el tapial del mismo largo que los dinteles y estos no caben dentro. Por un lado un acierto porque de ese modo hice rendir al máximo la madera, pero una pelea a la hora de colocar los dinteles. Pero ya nos acostumbramos a pagar con ingenio los errores económicos.

Este problema lo solucionamos usando la técnica de tierra hermana de la tapia, como lo es el calicanto.

En los sitios donde tuvimos que dejar sobresalir el dintel del tapial nos apoyamos sobre lajas (anfibolita gris) pegadas con barro de cal construido dentro del mismo molde porque resulta imposible echar pisón de lado.

También dejamos una piedra (serpentinita verde) en la que tallé el ideograma chino de paz, incrustada en la esquina oriental de la casa, para lo cual hubo que trabajar de contorsionista dentro del tapial esquinero muy cuidadosamente para dejar emplazada la pieza de treinta y cinco kilos.

Tengo que decir que tallar la piedra es muchísimo más fácil de lo que parece. El truco es golpear con martillo liviano y usar un cincel muy delgado, no pretender sacar grandes tajos de material, y tener una buena reserva de epoxi para reparar los errores.

La parte delicada del trabajo resulto ser el “pegue” entre las tapia inferior y la superior porque no solo es un punto que está sujeto a todos los esfuerzos que ejerce el tapial afianzado en apenas diez centímetros de solape, sino que hay un hombre dentro moviéndose bruscamente y dando pisón con todas sus fuerzas.

Esto hace que los bordes del pegue se despostillen a veces más profundamente de lo que uno desearía.

Esto lo terminamos evitando echando una capa de barro con lajas en los bordes del tapial antes de echar la primera capa de tierra para apisonar.

Ensayamos con barro solo, con lajas solas, con lajas y barro, y dimos con que esa era la mejor manera.

Supongo que el barro hace de amortiguador para el tremendo matracazo que le propina uno con el pisón y la laja da la estabilidad necesaria mientras el barro seca.

Terminada la tapia hicimos un molde ligeramente arqueado que colocamos en el vano de la pared interna. Sobre este molde colocamos de canto lajas de anfibolita pegadas con un mortero pobre de cemento y arena para formar un bonito dintel de piedra de casi tres metros de largo y cuarenta por cuarenta centímetros de sección. Solapa más de cincuenta centímetros por lado y el arco es de más del cinco por ciento. Aun está encofrado. Lo desmoldaré en enero cuando regrese Wilmer de sus vacaciones.

Luego de concluida la etapa del pisón, habiendo desarmado y guardado los tapiales, después de limpiar el área de trabajo y todo eso, nos pusimos a hacer lo que se conoce como el acuñado de la tapia.

Cada pieza de la tapia es la misma cosa que un adobe prensado y curado al sol, solo que los adobes uno los pega entre sí con un mortero de barro y cal que al secar los mantiene juntos y estables.

Esto no es así con la tapia porque uno no pega la tapia sino que prensa una sección con la otra sin mediar argamasa de ningún tipo.

Por eso, cuando la pieza se seca, según el porcentaje de arcilla que tenga, aparecerán grietas más grandes o más pequeñas en las juntas. Estas grietas hay entonces que llenarlas con barro de cal e introducirle cuñas de teja o lajas de piedras profundamente clavadas con un martillo inclusive para pegarlos entre si.

Al final desarrollamos un sistema que consistió en limpiar las ranuras con una piolet o con la cuchara de albañilería, de arriba abajo. Tras esquivar grillos y alacranes residentes de las ranuras metemos (en cada ranura) tanto barro cargado de cal como se pueda a lo largo de unos cuarenta y cinco centímetros, después le metemos lajas de filita o serpentinita o pedazos de teja o bloques de arcilla empujados con el mazo tan profundo como se pueda sin llegar a quebrar la tapia con los golpes. Y por último se cura la ranura con más barro.

Esto a todo lo largo de la ranura o grieta. Es preferible hacerlo en tramos cortos cada vez porque si no se seca el barro (porque la pared le va a absorber parte de la humedad) y no resulta igual el trabajo. El barro no fluye y la pared se pone frágil.

Ahora la tapia está completa, está acuñada en un cincuenta por ciento y está en proceso de curación y de asentamiento.

El próximo paso es la construcción de la grada de concreto (una cruza de viga de corona y viga de carga) sobre la cual va el entrepiso del área de taller limpio que por ahora será la habitación principal, y el techo del lavandero que por ahora será la cocina.

Para eso vamos a armar con cercha electrosoldada C15 porque resulta tremendamente más simple que ponerme a fabricar sunchos como loco, a la que le vamos a dejar puestos las cabillas sobre las que se fijarán los anclajes del envigado de una vez antes de vaciar el concreto.

El sistema de encofrado es una modificación del mismo sistema de tapiales porque no quiero echarme cien metros lineales de tabla en un uso tan gafo como es un encofrado. Así que la grada será vaciada por secciones manejables para dos personas.

Sé que una viga de carga tiene que ser vaciada en su totalidad, sin empates en el medio, y por eso tuvimos que descomponer y reinventar el envigado de manera que no existieran interrupciones estructurales. Pero sin muchas pasiones. No hay que perder de vista que el envigado clásico es de madera ensamblada sin demasiadas consideraciones ni melindres y que esas casas se mantienen de pie bien pasados los cien años de existencia.

El sistema de encofrado corre igual que el tapial, y el concreto viejo lo vamos a pegar del nuevo con epoxi, sistema que ha resultado muy bien.

Esta grada se fabricaba antiguamente de madera. Se colocaban sobre la tapia unas vigas muy gordas de maderas nobles, pesadas, e inmunes a los xilófagos, a menudo atirantadas entre ellas con tensores de forja para contrarrestar el empuje de los techos inclinados.

Yo hubiera querido hacerlo así por aquello del purismo y todo lo demás. Pero esta casa que estamos haciendo no es la recreación de un sistema específico, sino un recordatorio de todo aquello que sabíamos hacer y que hemos olvidado porque es más fácil pagar (dejarse robar en más de un sentido) que ponerse a hacer las cosas. O tal vez haya que decir que es más fácil cobrar que permitir que la gente se acuerde de que sabe hacer las cosas.

Por lo tanto no tiene sentido que yo, que no quiero ver cortar un roble ni en pesadillas, vaya a venir a hacerlo para construir un envigado que luego necesitará una enorme grúa para irlo a colocar en su sitio. Hay que pensar que la densidad del roble es muy cercana a uno, que es la del agua (un kilo=un dm3) y que si multiplicamos el volumen de la viga necesaria por esta densidad, el tonelaje de cada pieza resulta absurdamente inconcebible.

Claro, la densidad del concreto armado está por el orden de los dos y medio kilos/dm3 y eso hace que el envigado del que hablamos llegue a una siete y media toneladas. Pero lo haremos por pedazos y lo subiremos en tobitos poquito por poquito. No, no es lo mismo… No tiene sentido.

Si se hace la consideración de que un adobe de tierra prensada consume unos dos mil Btu para su fabricación y un bloque de similares dimensiones, pero de cemento, consume unos treinta mil Btu, estaremos ante una comparación de pesadilla. Yo no dejo de sembrar algunos árboles cada vez que tengo que usar un saco de cemento. Además, los que introdujeron las fábricas de cemento en este país fueron las mismas personas encargadas de redactar el código sísmico nacional, y eso me saca escamas. Me da erisipela con várices. Me saca el John Lennon que algunos llevamos dentro.

Pero no quiero morir a manos de un fanático que me tirotee, ni quiero que me entreviste un idiota conservador para acoquinarme con sus miedos, ni quiero ser un fanático del lado raro de las cosas. Solo quiero ser coherente y lo más lógico posible.

Por lo tanto es la lógica quien me empuja a usar ese material tan polémico llamado concreto armado. Me defiendo de mí mismo diciéndome que hasta lo polémico puede ser racional, si se racionaliza ¿no?

Es por eso que me doy la licencia de usarlo. Porque es lo mantengo controlado dentro del rango de lo menos posible, porque puedo así alcanzarlo con mis recursos, porque es viable construirlo entre dos personas, y porque la madera que tengo deberá ser usada más racionalmente.

Entre dos racionalidades siempre gana alguna.

martes, 8 de diciembre de 2009

¡que siga La Guachafita!


I Exposición virtual y venta:
¡Que siga la Guachafita!

Queridos amigos:
Como ya todos saben, la familia Layerrera está construyendo su casa en Margarita. Debido a que es un proyecto muy especial y absolutamente necesario hemos decidido hacer una exposición de todas las cosas hechas por nosotros para poder continuar con la construcción de La Guachafita y a manera de inauguración de la galería virtual de Guarura. Los invito a ver esta primera exposición virtual es: http://guaruraexposiciones.blogspot.com/ y a contribuir con nuestra casa.

Un gran abrazo

Luis Guillermo Laya
Anne-Marie Herrera
Zoe Rodriguez
Natalia Laya
Mateo Rodriguez

miércoles, 18 de noviembre de 2009

¿parar la construcción?




Ya llegamos a la última esquina de la tapia y ésta no debe ser doblada. Ya llegamos al fondo de la cuenta bancaria que tenía la plata para construir y ahora entramos en el desasosiego. Los amigos se preocupan, claro y nos proponen que paremos la construcción de la casa para producir dinero. Agradezco infinitamente sus buenas intenciones, pero nos es imposible dejar de construir la casa. Es como si me pidieran que escogiera entre mi respiración y mi corazón latiendo.

No me canso de decirlo y quizás reflexionarlo en voz alta nos de fuerzas para seguir. Estamos haciendo mucho más que construir una casa. La Guachafita tiene varias lecturas y así lo comentaba con mi querida Miriam el otro día.

Desde el punto de vista más básico, la construcción de nuestra casa responde a una necesidad. La más elemental necesidad de nido, de techo sobre nuestras cabezas para defendernos de la lluvia. Y está clarísimo, que desde esa perspectiva, escogimos el camino más difícil y largo. Comenzamos en febrero y aún no llegamos al entrepiso. Vivimos alquilados, a un precio que casi no podemos pagar, en una casita mínima y parecemos ratas enclaustradas, defendiéndonos a veces a dientazos. La mudanza aún se ve lejos y hay días que me pregunto como aguantaremos hasta entonces.

Desde el punto de vista estrictamente material, estamos construyendo un capital. Convertimos un montón de tierra, piedras e ideas en una estructura que luego se puede vender y por un buen precio. En el interín Tadeo (Luis Guillermo) compromete más de la mitad de su capacidad productiva (esa que se mide en Bs) y la vuelca en darle pisón a las paredes. Parecen cosas de locos, como lo he dicho antes. Dejamos de producir dinero para construir un capital bastante subjetivo, que algún día cubrirá una necesidad. Si somos lo que tenemos, somos unos tierrúos.

Desde el punto de vista familiar, estamos construyendo un hogar. Y aquí la cosa empieza a tener mas sentido. Por lo menos para mí. Somos una familia sui generis como de patchwork y el espacio que ocupemos debe ser un hogar, no simplemente una casa. Debe tener una cocina-corazón que sea el centro de risas y encuentros, de comer y alimentar el alma. Debe tener espacios privados para cada quien, debe tener verde y espacio para los cuadrúpedos con quienes elegimos compartir la vida. Debe tener espacio para compartir con los amigos y para hacer eso que amamos hacer. Como ven, la cosa se pone cada vez mas subjetiva.

Desde el punto de vista filosófico, estamos construyendo nuestro lugar en el mundo. Y aquí llegamos al colmo de lo abstracto. Construyendo una casa de tierra, sin préstamos del banco, con criterios propios y no impuestos, sin permisos y con sueños, nos abrimos a codazos un espacio en el mundo que a veces pareciera aprisionarnos en el concreto.

Desde el punto de vista sentimental, la Guachafita es una declaración de amor. Tadeo pone sus manos, su tiempo y su fuerza en ese castillo de chocolate y yo me conmuevo ante la materialización contundente y progresiva de ese amor que todos los días me prodiga. Es difícil de explicar con palabras lo que siento ante eso, me parece que es simplemente eso…amor.

Por eso no podemos parar, porque es mucho más que una necesidad, es mucho más que dinero…es una manera de vivir conjugando el verbo hasta sus últimas consecuencias, metidos de lleno en la tierra y ejerciendo con un poco de desasosiego, un poco de lentitud pero mucho mucho amor y alegría. Todos los días un poquito, exactamente del tamaño de la vida.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Chocolate 80% tierra





Tadeo dice que estamos locos. Que solo unos locos como nosotros emprendemos un proyecto como éste y lo dice a ritmo de pisón. Yo me río y le digo que menos mal que estamos tostados. Me río y me dan ganas de comer chocolate, porque esta casa como de la bruja de Hansel y Gretel es chocolate 80% tierra Ya ésta etapa está por terminar y vienen otras, con otros retos y aventuras, mientras nuestro castillo se seca lentamente al sol sellado con un ideograma chino de la paz en su pared frontal (que talló Tadeo en piedra). Y asi...en paz y muertos de la risa, seguimos con nuestra guachafita.

viernes, 16 de octubre de 2009