La construcción de nuestra casa, además de ser una solución habitacional y un manifiesto filosófico, es una exploración y uso de las diversas tecnologías de arquitectura de tierra. Basada en tres técnicas específicas, y sus adaptaciones a este caso concreto. La tapia de tierra apisonada, el adobe (moldeado y compactado) y más recientemente el superadobe (bolsas de polietileno rellenas de tierra estabilizada o no) son utilizadas con éxito en esta construcción.
Poca mano de obra, escaso consumo energético, escaso transporte y acarreo de material, poca utilización de madera, climatización pasiva de los ambientes internos, racionalización del uso del agua son algunas de las características de La Guachafita.


domingo, 6 de febrero de 2011

Vida en La Guachafita.



Nuestra Guachafita ya, sin ser aun casa completa lo es de hecho por entero, pues vivimos en ella.

Entre los componentes que no están completos se cuentan los techos y los pisos, además de las canalizaciones eléctricas y otras menudencias del género.

No están terminadas aun porque nos agarró la época de tormentas (no hablemos de lluvias) sin trabajo y por ende sin cemento, con la camioneta accidentada, y pare usted de contar. Por cierto que referiré aquí la maldad que nos hizo Toyota de Margarita, C.A. olvidándose la mar de garbosos durante veintiún días de hacer la requisición para que les mandaran la piche bomba de gasolina que era lo que se le había dañado a la camioneta…, veintiún días para pedir un repuesto que de hecho tenían en Caracas… Claro, tienen el sartén por el mango y los demás que se frieguen… Bueno, pero éste no es el blog de las quejas, es el constructivo.

Pasemos a lo que nos interesa: No tengo el dato exacto de cuanta agua cayó entre octubre, noviembre, diciembre, y los primeros días de enero, pero tenía mucho tiempo sin ver tanta agua junta… Recuerdo que hace unos pocos años (unos cinco o seis…, tal vez siete) la temporada de lluvia aquí en Margarita duró desde mediados de octubre hasta semana santa del año siguiente. Llovió muchísimo, con constancia pero sin tanto viento, zarandeos y alharacas… El caso es que nuestros techos no están terminados y la casa es de tierra, y esta vez llovió con ganas…

Para ser exacto debo decir que el único techo completo con aleros y todo es el de la cocina, donde por ahora tenemos instalado el campamento de dormir en par de carpas (que habrán de ser canonizadas después por lo bien que se han portado, rayanas en lo milagrosas), y aunque se presentó ahí una que otra gotera, las paredes no sufrieron apenas los embates de la tormenta. Es decir, que no me atormentó tanto la posibilidad de que sufrieran daños. Me refiero a las paredes del área de la cocina, claro.

El resto de la casa tiene por techo el entrepiso (por lo tanto es plano) que ocupa escuetamente el área de las habitaciones y el baño (no hechos aun) pero sin aleros ni nada (faltan también), razón por la cual el agua le chorreaba casi en cataratas por ambas caras, a cada pared.

Yo tenía pesadillas en las cuales una montaña inmensa se me venía encima hecha un alud de barro aullador que me perseguía y me perseguía me escondiera donde me escondiera (Anne-Marie me tenía que despertar porque yo daba patadas en sueños por culpa de las carreras que pegaba toda la santa noche), pero al escampar un poco iba y revisaba las paredes para constatar que aun corriéndole el agua a raudales por todas partes, cada tormenta ocasionaba un daño mínimo en relación con lo que esperaba.

Luego, entre tormenta y tormenta, fui haciendo un borde en el entrepiso dotado de barbacanas (a las que supongo terminaré cubriendo con gárgolas, dada mi barroco ¡qué digo barroco! ¡Gótico! modo de hacer las cosas) para alejar el agua de las paredes. Esto funcionó un poco, pero la furia de los elementos fue de película. Lo que entraba por las ventanas y por el espacio que deja al descubierto sobre la grada el envigado del entresuelo daba la misma sensación que producía pararse sobre el puente que estaba al pie del salto de La Llovizna allá en el Caroní…

De verdad pensé que la casa se nos vendría encima… Hice pruebas de resistencia con una esferita graduada, tomé probetas con un tubito, pensaba y pensaba… Le salieron matas a las paredes teniendo que hacer jardinería vertical a cada rato para que las raíces no las debilitaran. Hasta un hormiguero le salió en la pared noroeste…, hormiguero superficial y que sobra decir exterminé por completo… Debo decir que las hormigas margariteñas son muy raras, poco dadas a hacer verdaderos hormigueros terminan invadiendo instalaciones eléctricas, máquinas en desuso, pilas de bloques o ladrillos, montones de piedras, y en general cualquier sitio en el que el esfuerzo sea menor. Muy a tono con el contexto, las hormiguitas lugareñas…

Las goteras en el entrepiso eran a veces gotas, a veces chorros, dependiendo de la frecuencia de las tormentas. Había una que caía sobre la nevera y se le colaba dentro del congelador formando carámbanos como estalactitas y estalagmitas dentro del freezer… Hice las rejas de las ventanas mientras llovía esquivando el agua para no correr el riesgo de darme un corrientazo con los 200 Amperios que me lleva el diablo… Vacié los poyos (sí, poyos, porque son para apoyarse) de las ventanas en una escampadita sabatina y con el último saquito de cemento que me quedaba mientras le mandaba mensajitos de texto al sátrapa de la Toyota que me torturaba diciéndome que la camioneta ya estaba lista sabiendo yo que no era de nuestra camioneta de la que él hablaba…, bueno, dije que no mencionaría más eso…

Pero siguió lloviendo y lloviendo. Carateé (carateo se le dice aquí al calafateo hecho con una aguada de cemento o similares) el techo con cemento, con cemento y arena, con cemento y pego en todas las proporciones conocidas e inventadas…, funcionaba dos tormentas y volvía a gotear con más fuerza. Impermeabilizamos con un producto elastométrico muy bueno llamado Acriton Fester que seca en tres hora (pues llovía y llovía), y funcionaba otro par de tormentas violentas y de gotas como granizos…

Finalmente en una conversación que tuve con mi amigo Juan Pablo León le comenté la pesadilla y él me recomendó lo que fue (va siendo, que no me atrevo a cantar victoria aun) la solución: guata con sellador elastométrico acrílico Sika (Sikafill) que seca en seis horas… Pues sí, me monté en el techo con un rollo de guata de la que se usa para ponerle a los edredones por dentro (es un textil que parece un fieltro blanco, no tiene nada qué ver con la barriga), lo corté en tiras de unos treinta centímetros de ancho, apliqué el sellador en la grieta y a los lados, un poco diluido con agua (1 de agua 3 de sellador), pegué la guata, y le apliqué encima el Sikafill sin diluir. Queda muy bien. Ha llovido un par de veces desde entonces y no ha colado ni media gota de agua… Por cierto que tengo pendiente devolverle a Juan Pablo el resto del rollo de guata que quedó. Usaría a lo sumo unos cinco metros de un rollo de cien… Gracias, Juan Pablo…

Y se preguntarán ¿qué fue de las paredes? ¿cómo están? ¿cuánto sufrieron? Ta-ta-ta-taán… Pues nada, estaban mojadas como si acabaran de salir del molde, se pelaron un poco por aquí y por allá, se le cayó un poco del barro usado para acuñarlas, se le descubrió un poco la piedrita que se le añadió a la mezcla, perdió como tres centímetros de espesor (tenía cuarenta y dos centímetros y le quedan treinta y nueve, no es mal de morir) en un punto por el cual corrió agua que daba tristeza. Ya se están secando y recuperando su color tierra normal. Todavía debo desarraigar unos retoños que aun conserva en la franja que no alcanzo ni desde abajo ni desde arriba. Sí, tengo un andamio pequeño, pero está de estantería con un plástico encima cubriendo herramientas que no deben mojarse. Lo desarmaré y lo sacaré para hacer ese trabajo pendiente cuando se me pasen el susto y la tembladera.

No hubo asentamientos diferenciales, ni aparecieron grietas, ni hubo desplomes más que los que mencioné antes. No sé, me parece que el sistema es mucho mejor frente a las lluvias de lo que yo mismo esperaba. Lo confieso.

El maderamen de la estructura, pese a haber estado mojado por casi cuatro meses continuos no se pudrió, ni le salieron hongos, ni se le alojaron xilófagos después del vuelo nupcial de noviembre que fue una pesadilla también. Entre aguacero y aguacero, por tres o cuatro noches seguidas, entraron nubes de termitas aladas que buscan maderas para alojarse, aparearse, poner huevos, y criar nuevas generaciones de pequeños monstruos come madera… Pues se quedaron con los crespos hechos. No entró ni uno en nuestra estructura. Que vivan el Trifosban, la sal, y el sulfato de cobre…

Por lo pronto estamos aquí.

Vivimos aquí Zoé, Anne-Marie, y yo… Anne-Marie trabaja aquí…, tiene montado su laboratorio de diseño virtual plástico y maderudo aquí, en lo que llegará a ser nuestro estudio.

Seguimos usando la poceta y el fregadero del velero (Q.E.P.D.), la vela mayor y el foque genovés tapan la cumbrera aun abierta (y la trinquetilla les sirve de almohada sobre el cartabón de la cumbrera), la manguera del patio sigue siendo ducha y todo lo demás. Estamos pensando instalar el mástil afuera para colocarle encima la antena que mejoraría la recepción de los celulares, ya que la señal es pésima aquí, y como ese bicho mide doce metros…, bueno, creo que ayudaría.

El campamento sigue ahí, en lo que será la cocina… Pero ya paró el zaperoco que tenía montado el cielo con las tormentas esas del carrizo, conseguimos trabajo y cemento, y por lo tanto La Guachafita sigue adelante…

Ahora toca terminar los techos con todo y aleros, terminar los pisos internos que empezaremos a vaciar mañana con la exitosa técnica del suelo cemento (también llamada tierra cemento) ya antes descrita, hacer las habitaciones, terminar el biodigestor y conectarlo al baño…

Bueno, eso, y todo lo demás…